Historia de un joven sirio que es rescatado por Dios cuando iba a ser ejecutado por DAESH
Meghrik* viajaba de Alepo a
Al-Qamishli, en el noreste de Siria, un viaje de siete horas incluso antes de
que estallara la guerra. Ahora, la guerra ha supuesto que haya numerosos
controles que obstaculizan el progreso en ese recorrido de 430 km.
Tras unas horas de viaje llegaron a otro punto de control.
Al acercarse, los viajeros pudieron ver la bandera negra y blanca del Estado
Islámico (ISIS) ondeando al viento. En la distancia podían ver la ciudad de
Raqqa, donde el ISIS tiene aún su bastión en Siria.
El conductor redujo la velocidad y se detuvo
cuando un combatiente del ISIS, vestido completamente de negro, alzó la mano.
Se subieron tres combatientes. Meghrik, que se sentaba al fondo, observó cómo
empezaron a comprobar las identificaciones de los otros pasajeros. Comenzó a
sudar y respiró hondo para calmarse.
Un combatiente se paró junto a él. “¿Eres
cristiano?”, le preguntó. Meghrik respondió que no. Fue criado por padres
cristianos y el apellido aparecía en su carné de identidad, pero ya no creía en
Dios; pensaba que el cristianismo era absurdo. “Mientes. Tu nombre dice que
eres cristiano. Ven conmigo”, le indicó el combatiente.
“El peor de los escenarios”
El miedo lo paralizaba. Ser secuestrado por el
ISIS es el peor escenario posible para la mayoría de los cristianos de Oriente
Medio. La tortura, el sadismo, las amenazas de muerte y la presión para negar a
Cristo son solo algunas de las circunstancias a las que pueden acabar
enfrentándose los detenidos. Pero, pese a la reputación del ISIS, el soldado
parecía razonable.
Meghrik abandonó el autobús junto con una
bolsa pequeña. Mientras pasaba por al lado de los otros pasajeros, veía el
terror y el medio en sus rostros. El soldado mostró la identificación de
Meghrik al comandante en el punto de control, que respondió: “Un infiel. No
puedes proseguir tu camino”. Meghrik intentó hablar, pero le ordenaron cerrar
la boca.
Meghrik fue trasladado a una casa en Raqqa.
Poco después estaba sentado en un juicio simulado frente a un juez del ISIS,
que miró su carné y concluyó que era cristiano. “Se te condena a muerte”, le
dijo el juez. Al oír Meghrik esas palabras, creyó estar viviendo una pesadilla.
“No puede ser cierto”, se decía a sí mismo. Sintió cómo le abandonaban sus
fuerzas y su corazón se llenaba de miedo. “Pero no soy cristiano, yo no creo en
lo que mis padres me enseñaron”, le confesó al juez en un susurro. “Esa es la
sentencia”, le respondió el juez.
Meghrik fue arrojado a una habitación que
hacía las veces de celda. El miedo lo mantenía despierto y tan solo esperaba
que todo fuera un gran malentendido.
Más tarde, unos hombres vestidos de negro lo
llevaron para ser ejecutado. Le ataron los brazos, le taparon los ojos y lo
empujaron dentro de un coche. Llegaron a una zona abierta tras cruzar la
ciudad, donde ya había fosas cavadas para aquellos condenados a muerte.
Con las armas cargadas
Le quitaron la venda a Meghrik y este miró el
hoyo horrorizado. Lo empujaron hacia dentro y entonces oyó cómo los hombres
cargaban las armas. Las lágrimas caían por sus mejillas y se sintió
completamente indefenso. Pasaron los segundos pero no hubo disparo. Uno de los
soldados rompió entonces el silencio. “Puedes vivir si te conviertes al islam”,
le gritó. “Me convertiré”, respondió Meghrik, al no ver otra escapatoria.
Los hombres lo sacaron del hoyo y lo llevaron
de vuelta a la habitación donde estaba prisionero. Se sentía aliviado pero
temeroso, especialmente cuando otro hombre que estaba allí con él le dijo:
“Convertirse no sirve de nada. Te matarán igualmente”.
Al día siguiente los soldados del ISIS lo
llevaron para ser interrogado y torturado. Recibió 30 latigazos de una longitud
de cable; recibió el mismo trato durante otros dos días. Al cuarto día se
enfrentó a una nueva acusación. “Hemos comprobado tu teléfono móvil. Has
insultado al Profeta”, señaló uno de los hombres. “Mañana te mataremos. Irás con
un coche bomba o acabaremos contigo de alguna otra manera”, añadió otro hombre.
Afortunadamente para Meghrik, eso nunca llegó
a ocurrir. Uno de los líderes del ISIS lo vistió y le contó que sería llevado a
otro lugar y no sería ejecutado. Fue llevado ante otro juez del ISIS que le
dijo que pronto sería puesto en libertad.
Diez días después de haber sido secuestrado,
Meghrik salió de la prisión del ISIS portando un documento que le daba derecho
a atravesar los controles del ISIS y regresar a su casa con sus padres.
Al preguntarle por qué pensaba que no lo
habían matado, Meghrik respondió que fue la respuesta a sus oraciones, aunque
no se había sentido capaz de aceptar la existencia de Dios. “En el momento en
el que me arrojaron al hoyo para matarme le dije a Dios ‘Si existes, por favor,
dame una oportunidad para poder conocerte’”. Continuó orando por su
liberación pese a que luego fue obligado a convertirse al islam y después
torturado. “Dios cambió el corazón del juez y me liberó”, afirma ahora.
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